Los migrantes ya no vienen del solar vecino
Articulo de opinión de José Ángel Cadelo
Recuerdo que hace años los Estados Unidos soportaban ya una importante presión migratoria desde su frontera sur. Y la Administración Clinton se centró en trabajar por el desarrollo económico de México, en cooperación con Salinas de Gortari y los responsables del recién creado Tratado de Libre Comercio. No desaparecieron, sin embargo, las deportaciones ni el alzamiento de muros en zonas estratégicas. El desierto de Sonora fue el peor de los muros, llegando a ocasionar la muerte de 5000 mexicanos entre 1995 y 2000 (datos oficiales de EEUU).
Numerosas fábricas de compañías estadounidenses se implantaron esos años en el norte de México, aprovechando el bajo precio de la mano de obra mexicana y la supresión de aranceles. Las cosas medio funcionaron, aunque las secciones de muro seguían extendiéndose. Y las deportaciones seguían. El acceso a la educación en México y la crisis de empleo en Estados Unidos desde 2007 redujeron las entradas clandestinas a este país. El número medio anual de llegadas sigue decreciendo desde entonces: cada vez son menos los mexicanos que quieren vivir en EEUU; los datos de 2017 son los más bajos de los últimos 40 años.
Sin embargo, en estos últimos años, desde 2008, la migración de personas de otros países –principalmente El Salvador, Guatemala y Honduras– a Estados Unidos aumentó más del 500%. En esos países Washington apenas implementó políticas de cooperación al desarrollo. Al contrario, como no suponían a priori una amenaza migratoria, continuaron siendo aprovechados como tierra de cultivo de la banana y el café que consumen los norteamericanos. Y esa política colonialista favoreció regímenes corruptos y el peor escenario para la deseable redistribución de los medios de producción agraria.
La conclusión de las autoridades de control migratorio de Estados Unidos y Europa es que no basta ya con implementar medidas de desarrollo en los países fronterizos de emisión de migrantes. Esas medidas y otras más drásticas han de implementarse también en los países que hacen frontera con aquellos, y en los de más al sur, y en los siguientes. Es necesario ya considerar que el precio a pagar por lo que esos países producen (cacao, café o coltán) debe ser el justo y no el que le baste al gobierno local y corrompido de turno y sus oligarcas.
Es tiempo ahora de no promover más ni en África ni en Latinoamérica la nacionalización de los medios de producción. Es tiempo de exigir a los gobiernos locales inversiones en infraestructuras, educación y sanidad, aunque eso encarezca la materia prima y la producción. Es tiempo de no proteger militarmente más a sanguinarios dictadores, por muy ventajosos que sean para nuestra sociedad de consumo. Y todos –yo también- tendremos que acostumbrarnos a pagar por determinados bienes (un móvil, gasolina, casiterita…) un precio muy diferente al que pagamos actualmente: un precio justo.
Estoy esperanzado en que todo evolucione en la dirección deseada. No será así por la humanidad de nuestros gobiernos sino por la insoportable y creciente presión migratoria (que no cese) de esos países lejanos que tan poco nos importaban hasta hace poco y que tan encima tenemos ya.
José Ángel Cadelo es presidente de la Sociedad Mediterránea para el Diálogo y la Cooperación. Fue profesor de Historia en San Luis Potosí, México, durante los años 1993 a 1995. Trabaja en proyectos de cooperación con Marruecos.