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Una escritora italiana narra su experiencia tras sufrir un atraco violento en Marrakech

La escritora italiana Nicoletta Bortolotti, de Caronno Pertusella (Varese), cuenta la pesadilla que vivió en Marrakech cuando dos hombres en moto la roban, tiran del bolso, acaba en el suelo y se golpea violentamente la cabeza, perdiendo el conocimiento.

Se encontraba en la medina, esperando tranquilamente con su marido a la salida de una agencia de viajes para reservar una excursión, tras unas cortas vacaciones. Pero en una fracción de segundo, todo cambia.

El testimonio de la escritora en una red social es el siguiente:

"Me quité el bolígrafo de la mano izquierda para escribir con más comodidad. Quizás hubiera sido mejor escribir con la derecha.

Se suponía que íbamos a pasar cuatro días en Marrakech, con mi marido, mi padre y mi madrastra, para cerrar un otoño extraño y el final de una novela.

El viernes 28 de noviembre, mi marido y yo decidimos un viaje corto a Esauira, la ciudad azul y blanca del océano Atlántico. Pero no lo logramos.

A las 8.30 horas nos encontramos con otra pareja de turistas delante de la oficina de turismo, en un callejón estrecho de la medina, a cincuenta metros de la plaza Jemaa El Fna.

Mi marido me contó lo sucedido porque no vi nada, lo vi todo negro, oscuro, pero en realidad era marrón. Probablemente debí de sentir un dolor terrible y perdí el conocimiento.

Me costó mucho caminar, sostenida por mi esposo, hasta que me senté en una silla de ruedas. Terminé en el hospital, en una camilla de emergencias, sentí un poco de alivio pero no puedo abrir los ojos, ¿he perdido la vista?

Antes, mi esposo, junto con comerciantes y una persona sin hogar, que salió de la esquina de la calle me ofreció ayuda, me llevaron de vuelta al Riad donde residíamos. Desde allí un taxi me llevó a urgencias del hospital.

La cámara de enfrente había grabado a dos hombres enmascarados que llegaban a toda velocidad en una motocicleta, me atacaron por detrás para arrebatarme el bolso, lo hicieron, y en el momento del impacto violento con el suelo, sobre el duro pavimento de piedra, quedé tendida. Mi esposo, presa del pánico, creyó que estaba muerta.

Me pusieron boca arriba. Tenía una herida en la cabeza de dos centímetros de ancho y tres de largo, con el hueso a la vista, me contó mi esposo. La hemorragia no paraba, mis pantalones, camisa y cabello estaban llenas de sangre, mi ojo derecho parecía destrozado.

En el hospital mi marido pagó todo. Resonancia magnética, radiografía, férula de la mano, radiografía del hombro y lo más importante, los puntos de sutura sobre la cabeza y un examen de la vista. El diagnóstico: conmoción cerebral con pérdida temporal de conocimiento.

Estaba rodeada de enfermeras jóvenes y delicadas, con velos, se movían a mi alrededor, y un médico con manos de mago que, con una sonrisa empática, la sonrisa que todos los marroquíes llevan, me cosió sin hacerme daño.

Se presenta la denuncia y comienza la carrera de obstáculos para volver a entrar en Italia, la segunda parte de la pesadilla.

En el bolso, estaba lo más importante, mi pasaporte, algunos dírhams (pocos), mis documentos y mi teléfono.

Llegó al hospital puntualmente la policía. Me preguntó mi profesión, le dije ‘administrativa’, en ese momento fue lo primero que se me vino a la mente.

Un policía, muy amable, nos emitió un informe que nos permitió regresar a Italia al día siguiente, sábado, en un vuelo de Ryanair. Pero cuando regresé al Riad, pasé toda la noche vomitando y también al día siguiente. Fue un infierno, peor que el dolor y la poca vista; ni siquiera podía aguantar los antibióticos, ni los analgésicos. Le recé a Dios que me aliviara de esas náuseas y pensé en toda la gente que tiene que someterse a quimioterapia, preguntándome: ¿Quién soy yo para merecer la misericordia de Dios, cuando hay gente que está mucho peor? En esas condiciones, la idea de ir al aeropuerto y coger un avión me asustaba, pero decidimos irnos de todos modos.

En el aeropuerto llevaba una bolsa por si vomitaba. Llegamos al mostrador de facturación con nuestro informe policial en árabe sobre las 17:00. El vuelo salía a las 21:00. El empleado de Ryanair dijo que no era posible, que no podíamos irnos ya que necesitábamos un visado del consulado italiano.

Una familia italiana nos ayuda en la comunicación que se realizaba en una mezcla de francés, inglés y árabe.

El consulado italiano los viernes está cerrado por la festividad musulmana y los sábados y domingos, por la festividad europea. Una joven contesta que no asume ninguna responsabilidad, que ni siquiera está en la oficina, nos responde y repite una y otra vez que ‘las reglas son las reglas’, y nos dice que el trámite requiere que vayamos a Casablanca para obtener un visado en el consulado italiano y poder salir de Marruecos, a pesar de tener la cara hinchada, la vista cansada y vomitando constantemente con dos dias sin comer.

No hay nada que hacer. Tenemos que quedarnos en Marrakech e ir a Casablanca el lunes. No hay mal que por bien no venga. Estoy acurrucada en mi habitación, no quiero ver nada más de Marrakech hasta el domingo por la noche, cuando tenga sed. Buena señal: mi marido, mi padre y su mujer me animan a salir. Nada de cuscús, solo un poco de arroz blanco, y lo trago. Bien.

Y a mi alrededor empiezo a ver.... otro país. Una red de amabilidad, atención, conmovedora solidaridad de todos: restauradores, vecinos, hoteleros, policías, personas sin hogar, taxistas que se palmean el corazón al verme pasar, me dan apretones de manos, abrazos y besos en la cabeza, "Lo siento mucho, lo siento mucho". Los taxistas nos invitan a comer a sus casas, con sus esposas e hijos, dicen ‘deben de ser extranjeros, a todos nos importa tratar bien a los turistas, y esos ladrones han manchado la imagen de nuestro país’. Y tienen razón.

Llega el lunes. Reservamos nuestro vuelo de vuelta a Italia para el martes porque para obtener el visado en el consulado necesitamos un billete de avión.

El tren Marrakech-Casablanca es cómodo y puntual, con compartimentos antiguos y acolchados, llenos de personas con maletas, tres horas de desierto rojo y rocoso, pueblos rosas y rojos, palmeras, escasos olivares y a lo lejos, el Atlas.

Casablanca es blanca, un soplo de océano, aire fresco y aliento. En el consulado italiano completamos todos los trámites, siempre con el miedo de que falte algún documento, foto o firma, esa posdata, y nos impida volver a casa.

Italia se convierte en un espejismo; pienso en los migrantes, en los que no pueden volver a casa, o en los que viven lejos de su país. Tenemos que darnos prisa para volver a Marrakech.

Al día siguiente, en el aeropuerto, nos invade el miedo de que a cada paso, en cada minucioso control policial, falte algo. Pasamos un control, sellos, fotos, huellas dactilares, y luego otra, y otra, menos mal que llegamos tres horas antes.

Cuando subo la escalerilla del avión, parece irreal, no podía creer que estaba volviendo a casa, aunque tengo un poco de miedo por la herida en la cabeza. Puede parecer trivial decirlo, pero nunca como en estos días he entendido el significado de la palabra hogar.

Mientras, puedo en mi cocina hacer té a la menta, con el té que compré allí, gracias a Dios. Deo gratias, Baruj Hashem. Inchallah.

Los han atrapado, sí, la acusación podría ser incluso de intento de homicidio, pero espero que, si son jóvenes de la edad de mis hijos, las consecuencias no sean tan graves como para cortarles la vida, sino que se den cuenta, para hacerles comprender la magnitud del daño que han hecho y que podría ser aún mayor, algo que ciertamente ni siquiera nunca imaginaron.”